Hay
una larga historia de apoyo para el tratamiento de la educación
pública casi como un programa de capacitación laboral en lugar de
un medio para preparar a las personas para que funcionen de manera
más amplia como ciudadanos activos en una democracia. En un discurso
de 2011 ante la Asociación Nacional de Gobernadores, Bill Gates en
su momento propuso reorientar la financiación de la educación
superior para las artes liberales hacia disciplinas orientadas
al sector productivo.
Pero
si eso es una forma eficiente de gastar el dinero público de
educación es cuestionable: lo único que estos esfuerzos de la
educación como fuerza de trabajo de desarrollo parecen tener en
común los malos resultados. Hoy en día, los partidarios de la
educación como desarrollo del personal se están movilizando en
torno a "habilidades del siglo XXI", lo que brindaría
habilidades tales como el "pensamiento sistémico" y
"competencias interculturales"
El
debate es poco fructífero si no tiene en cuenta que ambas corrientes
educacionales no son opuestas sino convergentes y complementarias: la
educación tiene que ser herramienta liberadora; por lo que, si bien
es estratégica la elección de un gobierno de fomentar una
determinada política de Estado en un sentido u otro al financiar,
subvencionar o incentivar ciertos planes educacionales en pos del
interés nacional a futuro, no hay que dejar de lado los planes
educativos de las carreras abocadas a las artes liberales y las
ciencias sociales.
La
discusión en torno a los lineamientos educativos debe estar dada de
manera profunda y sincera, ya que discutir estas cuestiones
abiertamente es vital para determinar qué futuro queremos como
sociedad para las generaciones venideras; por lo que se nos plantean
varios interrogantes: ¿cómo afrontar los nuevos desafíos que le
esperan a la Argentina si no concebimos reformas en los viejos
paradigmas educativos?
Creo
en que uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta es
concebir a la educación como una de las principales herramientas
transformadoras con la cual incidir en la realidad para poder
transformarla. Esto sólo será posible con ciudadanos formados y
comprometidos para construir un mundo más justo, más
equitativo y más respetuoso con la diversidad y el medio ambiente,
donde todas las personas podamos desarrollarnos libre y
satisfactoriamente. Debemos concebir la educación como la
posibilidad de transformación de sí mismo, de transformación con
otros y de transformación del entorno, y no sólo transmisión de
conocimiento.
El
saber y el poder son dos caras de una misma moneda. Cuando se habla
de educación como práctica política nos referimos a la
“construcción de poder” dentro de un contexto. Un poder-hacer,
para transformar la realidad de injusticia, y poder con otros, para
construir colectivamente un proyecto social de inclusión y equidad;
ya que al hablar de participación colectiva y solidaria, ligada a la
asunción de derechos y deberes colectivos, la misma es asociada al
ejercicio del protagonismo social. Se promueve así la participación
organizada como construcción de ciudadanía.
Uno
de los objetivos fundamentales de toda educación para la ciudadanía
no sólo es aportar a los estudiantes conocimientos, comprensión y
competencias, sino también reforzar su capacidad de acción dentro
de la sociedad para defender y promover los derechos humanos, la
democracia y el estado de derecho.
Para
mejorar la contribución de cada uno, conviene fomentar las
asociaciones y la colaboración entre todos los actores involucrados
en la educación para la ciudadanía democrática y los derechos
humanos a nivel local, regional y estatal, y en particular entre los
responsables de la elaboración de las políticas, los profesionales
de la educación, los estudiantes, los padres, las instituciones
educativas, las organizaciones no gubernamentales, las asociaciones
juveniles, los medios de comunicación y la sociedad en general.
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